el método

—¿Puedo quitarme la mascarilla, Seño?

—Si no te molesta demasiado, preferiría que la llevaras puesta.

—¡Es que me agobia para escribir! Y como estamos a dos metros…

La chica tenía razón. El examen ya era lo suficientemente duro como para presionarlos aún más. Además, el salón de actos permitía tenerlos separados. Tanto como para evitar que copiasen.

—Puedes quitártela…¡Bueno, podéis quitárosla! ¡Pero en silencio!

Fueron unos segundos de alboroto en mitad del examen. Pensó que, en otra ocasión, resolvería el problema antes de comenzar. Se hizo el silencio de nuevo y los chicos escribían como nunca antes.

Decidió mirar el correo un momento. Llevaba toda la mañana queriendo hacerlo. Miguel la había sorprendido invitándola a cenar el viernes y, aunque deseaba que sucediera, aún no sabía si estaba preparada. El texto era sencillo y directo. No había lugar para equívocos, así que debía responder sin ambigüedades.

«Hola Miguel:

Este viernes tal vez sea un poco precipitado, puesto que ya tenía planes (que no puedo deshacer), pero quizá podríamos cenar o tomar algo otro día de la semana que viene. Si te parece bien, te dejo a ti que lo decidas.

Un beso.

Marta.»

Releyó la contestación antes de enviarla. No quería parecer desinteresada (por Dios, ella sabía que no lo estaba) ni mucho menos aparentar ser inaccesible. Pero no podía aceptar la invitación del viernes. Por todo y por nada. Porque… ¡Alto Marta! ¿Qué haces intentando explicarte a ti misma el porqué de tus decisiones? ¡Por todo y por nada! Si quiere la semana que viene, bien. Si no, él se lo pierde.

De pronto, Marta volvió a la realidad. Sin darse cuenta, habían transcurrido treinta minutos y el examen estaba a punto de llegar a su fin. Tenía la mirada fija en ellos, pero no los había observado. ¡Miguel les había robado a su Seño durante casi toda la sesión!

Aquello le pareció, en un primer momento, gracioso. Sin embargo, apenas cayó en la cuenta del silencio de los chicos, se sintió avergonzada. Era del todo imposible que ninguno de ellos hubiera formulado pregunta alguna o se hubiera acercado para consultar un error o intentar sonsacar algo. Y era lo que, justamente, había ocurrido.

—¡Todo el mundo para de escribir ahora! —gritó, levantándose de la silla, al tiempo que cerraba la tapa del portátil bruscamente. La clase levantó la cabeza y dejó de escribir. Muchos de ellos ya sabían qué iba a ocurrir.

—¡Mateo! ¡Enséñame la mascarilla! ¡Tú, Isabel! ¡Quietas las manos!

Marta requisó treinta y cuatro mascarillas diez minutos antes del timbre. Lo hizo provista de guantes y una a una. Para ello, mandó a los chicos a la pared, con la debida distancia de seguridad. Las mascarillas descansaban sobre las palas de las sillas y puede decirse que, bien mezcladas, daban para contar el sexenio revolucionario (1868-1874) y el régimen de la Restauración.

—¡Los pillaste a todos! —dijo Miguel, mirándola a los ojos mientras levantaba su copa de vino.

—¡Ufffff! ¡Y me costó! ¿eh? ¡Tardé más de media hora en darme cuenta! ¡En las mascarillas llevaban todo escrito!

—Los chicos son cada día más listos. Se nota que debes estar muy concentrada en los exámenes.

Marta terminó el trago con apuro. Dejó la copa sobre la mesa y sonrió, levantando la vista hacia Miguel. Tras una pausa dijo:

—Normalmente sí. A no ser que algo irresistible me ronde por la cabeza en ese momento.

Aquel curso, el 20/21, además de difícil, fue el primero de muchos. Los chicos perfeccionaron su método, aunque únicamente funcionaría con Marta. Miguel ocupó todos los exámenes de Historia que pudo y aún hoy, diez años después, los alumnos siguen copiando con mascarilla. Eso sí, no os voy a contar cómo. Eso, sólo lo sabe Miguel.