No tenía pensado ir. Incluso me había dicho a mí mismo que intentaría dormir todo el día y tener así una sensación parecida a la del uno de enero o a la de algunos domingos de hace muchísimos años. Todo lo contrario. El despertador del móvil me da un susto de muerte a las ocho de la mañana pero no es lunes ni mucho menos viernes. Domingo y con despertador, por tonto y vago, que no quiero molestarme nunca en deseleccionar sábado y domingo de la alarma.
Ahora despierto me costará el doble no ir. Decido tardar más de dos horas en desayunar, meterme una hora en el cuarto de baño, recoger y volver a tender la ropa, limpiar los mandos de la vitro, también el lateral de la campana y todas aquellas cosas que siempre dejas para algún día. Puestas las lentejas, me sigue sobrando domingo. Y no quiero ni poner la tele ni asomarme a la calle, que seguro que la plaza está repleta de papás y mamás con sus relucientes gafas de sol, llenos de satisfacción porque ya han ido y están disfrutando del vermú. Allí pasmado, en mitad del salón, mirando la persiana bajada que me separa del mundo, caigo en la cuenta de que, algún día, tengo que empezar con las ventanas, que hace un año ya que vino mi madre a ponerme las pilas.
Comidas las lentejas, viudas pero buenas, me hago un té de esos que abrasan hasta el alma cuando entran pero sigo encontrándome incómodo. Es un té huérfano porque ni la radio tengo encendida. No aguanto más. Yo me voy a votar, que no puedo seguir así.
Con mi DNI en la boca, es el primer momento en el que me siento a gusto desde que comenzó este larguísimo día. Menos mal que he dejado de engañarme a mí mismo y por fin voy a hacer lo que tengo que hacer. Tan embriagado voy que ni siquiera recuerdo el trayecto de casa al colegio y al pisar la entrada vuelvo a percibir ese olor a escuela, a chiquillos y a mesas verdes. En ningún otro sitio podrás notar un olor así y menos el de tu colegio de toda la vida. Han remodelado el patio y ya no están aquellos grifos donde salíamos a beber agua con tanta ansia que faltaba un pelo para que criáramos ranas en el estómago.
-Oiga, ¿dónde va Usted? -me pregunta el guardia civil de la puerta
-Buenos días. Pues voy a votar porque pensaba no hacerlo pero es que no puedo más. Mire dónde llevo el DNI, que apenas puedo hablar bien. Mire, mire.
-Lo veo señor -me dice muy serio el guardia -pero es que si pasa Usted adentro comprobará que no podrá hacerlo. Se lo aviso para que no se asuste. No le digo más.
Con el día que llevo y me toca un guardia bromista, si es que es guardia claro. En fin, que paso al aula y me quedo pasmado. La clase, por cierto la mía de cuarto de EGB, está casi a oscuras y me cuesta ver lo que estoy viendo. Las personas de la mesa están dormidas o parecen estarlo y cuando me acerco a la urna me doy cuenta de que está vacía aunque cerrada. Nadie ha votado, el presidente de la mesa está mellado. Lo sé porque ronca con la boca abierta como si nunca hubiera dormido. A su izquierda, un joven de apenas veinte años apoya su cabeza sobre el hombro del otro componente de la mesa, que también está durmiendo aunque no ronca. Duerme en silencio. A la derecha están fritos y con la cabeza para atrás. Traspuestos, como diría mi abuela y bien traspuestos. Que me dan unas ganas de dar una voz y despabilarlos a todos. Aunque da penica hacerlo. Joer cómo duermen, qué gusto. Así que me salgo a por el guardia.
-Oiga, que están fritos -le susurro a la única persona despierta que hay en el colegio, con miedo a despertar a los otros.
-Y se durmieron nada más venir. En cuanto montaron la mesa. Así que nadie ha podido votar, ni yo que me hacía ilusión ser el primero y ni pude meter la papeleta en el sobre porque ha sido cosa no vista oiga.
-Pero, ¿ha intentado Usted despertarlos? por amor de Dios -le vuelvo a susurrar, intentando parecer racional y emocionalmente equilibrado.
-Sí, claro. Pero tanto a mí como a todos los que han venido como Usted nos ha sido literalmente imposible. No se despiertan. Haga Usted la prueba. Yo mismo, hace media hora, he pegado tres tiros al aire y lo único que he conseguido ha sido que ronquen aún más fuerte.
-¿Tiros? Hombre, tenga cuidado que podría haber lastimado a alguien -le digo meneando la cabeza a un lado y a otro para que entienda que no estoy nada conforme con eso de pegar tiros, en la época que estamos.
-Bueno, no estoy muy orgulloso de ello pero es que tenía Usted que haber aguantado al cansino que estuvo hora y tres cuartos sugiriéndomelo. En fin, que se vaya Usted a casa, que Usted aquí hoy no vota, por lo menos hasta que éstos se despierten y son ya las seis de la tarde. No queda mucho tiempo, desde luego.
Aquel día me dieron las nueve en mi colegio de toda la vida. No pude votar por causa de fuerza mayor, lo que me alivia pues fue cosa del destino y, por más que yo me empeñara, poco se puede hacer cuando se trata de cambiar lo que tiene que pasar. Vacío de culpa, me volví para casa con mi DNI, ya en el bolsillo y, de paso, paré en Casa Manuel para tomar algo, que no tenía nada en casa debido al estrés que me había generado la llegada de ese domingo. Qué ambientazo que había en Casa Manuel y qué bocatas de calamares pone el tio, por no hablar de la ensaladilla rusa, mítica desde siempre. Bares, que son amores.