Con toda la pila por delante

Tan solo en cien años, el mundo se había transformado. Dos cambios tuvieron lugar casi al mismo tiempo. Primero, se había encontrado una forma renovable, libre, igualmente distribuida y gratuita de obtener energía. Segundo, los robots se encargaban de todo.

‌Cuando las personas fueron conscientes de que no tenían que pelear por la energía y que tampoco era necesario trabajar, comenzaron a volverse locas. De repente, la felicidad estaba potencialmente a su alcance. Los robots construían, curaban, invertían los ahorros, diseñaban la ropa, la producían, servían a los humanos durante todo el día. Cada miembro de la sociedad tenía asignado un robot de por vida. Ellos eran los que trabajaban y pagaban los impuestos. Por primera vez en la historia, las personas eran completamente prescindibles.

Aquello provocaría, en apenas medio siglo, un vacío enorme en sus vidas. La especie humana ya no contaba con misión ni tampoco con rumbo alguno y eso los hizo desgraciados. Fue entonces cuando muchos comenzaron a suicidarse, dejando tras de sí un numeroso ejército de robots huérfanos, los cuales serían apagados indefinidamente y almacenados en viejos silos de cereal.

Yo me llamo Carlos y trabajo en uno de esos silos. Me encargo de que nadie robe y encienda a ningún robot huérfano. Colaboro con el equilibrio «1 persona-1 robot», nombre popular con el que se conoce a la Ley de Paridad Robótica. Mi dueño ha intentado suicidarse tres veces. Las dos primeras pude evitarlo yo mismo. La tercera no salió como él esperaba porque falló la pistola. Ahora lo ayudo con terapia. Dos veces a la semana acudo con él a un grupo de «Desgraciados Anónimos» y los findes los pasamos en una granja, donde le enseño a cocinar, a cultivar hortalizas y a construir muebles de madera. Se siente útil y poco a poco comienza a ser una persona feliz. A mí me gusta verlo así. No quiero acabar apagado sobre una estantería , con toda la pila que me queda por delante.