Sesenta por dos (I)

Llevaba mucha prisa. En apenas una hora comenzarían a aparecer furgonetas llenas de gente dispuesta a trabajar en el campo con las primeras luces del día. Creía saber dónde estaba y sabía que llamaría la atención si era visto. Reconoció la vieja encina que marcaba el inicio del sendero hacia el que se dirigía y al cabo de cinco minutos abría el maletero para sacar su cuerpo y dejarlo sobre el suelo, justo a medio metro de la zanja que preparó el sábado anterior.

Mirándolo por última vez lo empujó hasta hacerlo rodar hacia el fondo del agujero. Medio metro, tal vez algo más, quedaba entre él y su cuerpo, envuelto en una vieja lona de remolque, parcheada y manchada de restos de mil y una vendimias. Buscó entre los matorrales en los que había escondido la pala y terminó el trabajo. Durante los veinte minutos que duró aquello, paró tres veces para comprobar el rumbo de los primeros tractores que ya rodaban por los caminos. Se cambió rápido, metió todo en una bolsa y, finalmente, la bolsa en un macuto azul. Puso en marcha el coche y alcanzó el carreterín en diez minutos. No se cruzó con nadie hasta estar en la autovía. Sintió cómo la presión descendía y dejó de apretar el volante con las manos. Programó el regulador de velocidad a ciento diez kilómetros por hora y condujo durante sesenta minutos.

Paró a tomar un café. Antes de entrar al bar, arrojó al contenedor el macuto y el corazón se le paró al ver dentro a una pareja de la Guardia Civil desayunando animadamente con el dueño. Los hombres se giraron para mirarlo pero, tras darse los buenos días, siguieron a lo suyo. Quiso confiar en que aquellos agentes no lo recordarían pues ya comenzaba a llegar mucha gente a desayunar. Pagó la cuenta y siguió su camino. Otros sesenta minutos a la misma velocidad hasta llegar a casa y dejar el coche en el garaje.

Siete minutos, solo siete eran necesarios, mañana tras mañana, para llegar al trabajo en bicicleta. Tres más y encendía el ordenador, como todas las mañanas. Lola ya está en su despacho revisando correos. Es ella quien llama por línea interna:

-Buenos días Julio. Te he dejado en la mesa el dossier que estaba llevando Sergio. Revísalo y si tienes alguna duda me llamas. El cliente quiere resultados y se reunirá con nosotros el miércoles. Sergio cogía la baja hoy y ya no volverá hasta el día cinco así que no pierdas el tiempo. Venga, chao.

-Ni el cinco ni el seis ni el siete -pensó mientras colgaba el teléfono. Abrió la carpeta y comenzó a trabajar. Nunca le gustó dejar las cosas a medias.