Juan y Lucía llevan tres semanas sin verse. Puedes imaginar lo que quieras, pero tal vez no hablemos de lo mismo si cambiamos alguna cosa ¿o sí?
Juan y Lucía son jubilados. Ambos son viudos y se conocieron un domingo durante un baile. Eso ocurrió hace dos años (toda una vida) y, desde entonces, se han visto cada semana. Tienen una relación, aunque vidas diferentes. Juan está solo. Su mujer falleció hace treinta años y nunca tuvieron hijos. Lucía perdió a su marido hace siete, pero tiene dos hijas que son dos soles y la acompañan siempre. Cuando el catorce de marzo se decretó el confinamiento, Juan y Lucía quedaron a la espera de volver a verse. Ahora, tres semanas después, siguen deseando volver a bailar juntos, aunque saben que tendrán que esperar más que el resto. Deben tomarse este amor con paciencia. Las prisas nunca fueron buenas. Menos ahora.
Juan y Lucía son adolescentes. Se conocen desde hace dos años (toda una vida) y fue hace cuatro meses cuando comenzaron a salir (un domingo, exactamente). Compaginaban su historia con las clases, los amigos y, cómo no, con los padres. Sus vidas se encontraban cada cierto tiempo y, si conseguían dejar de lado un rato el móvil, se miraban y se contaban cosas. Ahora, tres semanas después, quieren volver a verse de verdad. Saben que es cuestión de tiempo y, aunque eso es precisamente lo único que les sobra, ellos sienten que les falta. Porque a esa edad, te falta hasta el aire si estás así. Juan y Lucía no pueden tomarse este amor con paciencia. Aún no saben lo que es eso.
Juan y Lucía (eres libre de elegir quiénes) acabaron, finalmente, viéndose. Bailaron o sólo se contaron cosas. Les pareció una eternidad el tiempo que estuvieron separados. Eso sí, una vez juntos, sintieron que el mundo era suyo y que ya no había nada más importante. Por cierto, había algo de lo que estaban seguros. Hubieran esperado este y mil confinamientos más.