Convine en llamarlo <El ignorado> y él no dudó un instante. A partir de ese momento, convino en llamarme <El sordo>. Él lanzaba sus opiniones y yo las dejaba perderse, huérfanas de réplica, heridas de muerte. A menudo lo sorprendía llorando por no poder ser padre de sus propias tesis y a la vez un bravo enemigo que arrojara algo de luz con sus respuestas. Ansiaba la presencia de alguien que rebatiera sus discursos. No hubiera resultado triste si no fuéramos los dos únicos habitantes del mundo.
Microrrelato seleccionado en Concurso "Opiniones" de Letras con arte