Han confinado a mi novio, pero a mí no. Está que trina, porque yo paso todo el día de aquí para allá y él, en casa encerrado. Para colmo, se le ha roto el móvil y sólo le funcionan los SMS. Iba a decirle que se instalara el Whatsapp en el portátil, pero lo cierto es que se lo dejó en mi casa la semana pasada. Mandó a arreglar la televisión y, él, de libros, no es (sólo tiene uno de las copas de Europa del Madrid). Está que se sube por las paredes (me lo ha dicho en un mensaje de texto).
En el último que he recibido de él, me dice que lo llame otra vez. Es inútil, le he contestado; tienes la tecla de descolgar rota. Aún así, insiste una y otra vez, así que procedo. Nada, que no me lo coge. Empiezo a estar cansada de todo esto. Si sucediera lo contrario, él me entendería. Nunca se pone en el lugar de los demás.
¡Otro mensaje de texto! Creo que voy a dejar el móvil en casa. Con suerte, mi madre los leerá y lo mandará a freír espárragos. A ver qué quiere ahora.
—¡Asómate a la ventana del baño, que quiero decirte una cosa!
¡Qué pesado es! A decir verdad, lo cierto es que hemos tenido mala suerte. Vivimos al lado el uno del otro, aunque su casa está en la zona confinada y la mía, no.
—Está mi padre dentro. Lleva un rato. No saldrá hasta que se lea todo el periódico y yo, desde luego, no entro ahí hasta que haya pasado, como mínimo, una hora.
—¡Es que me gustaría decirte que te quiero!
—Pues ya me lo has dicho ¿no? Tengo que irme. Luego hablamos.
Vuelve a vibrar el móvil.
—Me estoy quedando sin batería y no encuentro el cargador. Esto es muy duro. ¡Sin ti! ¡No puedo más!
Fue el último SMS que recibí de él. Decidí hacerme la sueca y no contestar.
—¡Mamá! Me voy a dar una vuelta por el barrio. ¿Quieres algo?
Estaba tomándome una caña con Sonia cuando me suena el móvil. Es papá.
—Hija. Vuelve a casa inmediatamente. El imbécil de tu novio no para de gritarme por el patio de luces que desocupe el baño y yo, así, no puedo leer el periódico ni hacer nada en condiciones. Estamos tu madre y yo en la salita aguantándonos. Ven cuanto antes. Sus padres están igual, por cierto.
—¡Te quiero! ¡Te quiero mucho! Este confinamiento no ha hecho más que aumentar mi amor por ti, cariño. ¡Cuando todo esto termine, nos abrazaremos! —gritó con todas sus fuerzas, mientras todos los vecinos aplaudían (algún que otro insulto se escuchó, no obstante). Todo el mundo esperaba mi respuesta.
—¡Yo también te quiero! Sé fuerte que sólo son catorce días y no es para tanto, que me tienes aquí para cuando quieras ¿vale?
Se escuchó un decepcionante ¡uhhhhhhh! generalizado en todo el patio. Sé que no soy muy romántica, pero es lo que hay. Al menos, se quedó convencido y, lo mejor de todo, los consuegros pudieron, al fin, leer el periódico tranquilamente.