—Abuela, en tus tiempos ¿cómo eran los bancos?
—Pues hija, más o menos como ahora. Eso sí, los usaban, en su mayoría, los enamorados ¡Ahora sólo hay viejos en ellos!
—¡No abuela! Ahora también hay sitio para el amor. De hecho, es algo nuevo. No sabía que antes se dedicaran a ello. Debes estar confundida.
—Pero, ¿de qué bancos estás hablando, niña?
—De las entidades de crédito, abuela. Acabo de recibir una nueva sugerencia en mi app. Creen que no debo seguir con Andrés. Han capitalizado la relación mediante simulación y, abuela, creo que no va a ser el amor de mi vida.
—Mira, Verónica. En mis tiempos estaban los bancos, las cajas de ahorros y las cooperativas de crédito. Más tarde, las segundas quedaron diezmadas y prácticamente desaparecieron. Fue, no lo recuerdo muy bien, cuando empezaron a cambiar ahorros por sartenes. Después, ¡ah, sí! Ahora me acuerdo, vinieron los móviles y ya no hacía falta que fueras a la oficina.
—Ahí debió comenzar todo, abuela.
—Puede ser. Solían felicitarte por tu cumpleaños, asignarte un gestor personal, preconcederte un préstamo, contarte en qué te gastabas el dinero o informarte del saldo que ibas a tener a fin de mes. Pero te voy a decir una cosa, niña. Si me llega a decir el banco cómo me iba a resultar mi José al cabo de toda una vida, no me hubiera merecido la pena vivirla. Hay cosas que es mejor descubrir por una misma, incluso cuál va a ser tu saldo a fin de mes.