Esta navidad no va a ser como las anteriores. Me lo ha dicho papá y, también, mamá. Yo quería entenderlos pero la madurez con la que cuento a mis siete años no me lo ha permitido. Tengo demasiada rabia contenida y no sé bien a cuál de ellos culpar. Acepté de buen grado (¡a ver qué podía hacer!) que decidieran vivir sus vidas el uno sin el otro; cumplí mi parte al no poner ni una sola pega a todo lo que vino después; incluso, adopté el papel de hijo responsable y jamás bajé la guardia en el colegio (aunque tengo que decir que esto último es sólo porque sé que tengo que labrarme un futuro sin ellos, tarde o temprano).
Pero lo que me habéis hecho este año no os lo perdono. Creí, no obstante, que pediríais disculpas. En tal caso, sospecho que hubiera acabado haciendo la vista gorda. Pero no. Venís con el cuento de que las navidades serán distintas por culpa de un bichito y que no veré a los abuelos (¡a ninguno de los cuatro!).
¡Contad la verdad por una vez! Estas navidades serán distintas porque me acabo de enterar que no existen ni los reyes magos ni el gordo del traje rojo. Que sois vosotros. En nada cambiaréis regalos por dinero y pronto, muy pronto, no os haré ni caso. Mucho me temo que, a partir de este año, las navidades van a ser eso que os he escuchado decir mil veces: una auténtica lata.