Genaro gusta de escuchar la radio cuando conduce. Tiene varias emisoras presintonizadas, aunque la que más le gusta es esa en la que un antiguo compañero suyo de colegio ejerce como locutor estrella. Genaro siempre está de acuerdo con la opinión del periodista, cuya trayectoria profesional arrancaba, hace ahora, más de treinta años.
—¡Genaro! ¡Que no se te olvide recoger a la niña del colegio! —le recuerda Amalia, mujer y, también, abuela de Daniela, la primogénita de Genaro Junior.
—¡Lo sé, lo sé! —replica Genaro, mientras acelera el viejo Renault y lo encauza calle arriba. Ya en el primer semáforo, conecta la radio.
—¡Buenos días! ¡Martes, trece de noviembre de dos mil treinta seis! ¡Fresca la mañana y, cómo no, repleta de contenidos, siempre interesantes, aquí, en las ondas, contigo, siempre contigo! ¡Dentro sintonía!
La musiquita, que arranca a sonar justo con el semáforo en verde, anima a Genaro, que pisa el acelerador y repiquetea el volante con los dedos, meneando la cabeza a uno y otro lado.
—¡Qué gusto estar vivo, leches! ¡Qué bien estoy por las mañanas! ¡Cómo me gusta la vida! —se dice a sí mismo Genaro, con una fabulosa sonrisa en su cara. Y no le falta razón. A sus setenta y seis años, su Amalia y él gozan de buena salud y se quieren como nunca. Tienen una nieta fantástica y unos hijos adorables ¡y bien colocados!
¡Ay, amigo Genaro. En estas condiciones, levantarse temprano por la mañana para ir a hacer recados, escuchando a tu amigo de la infancia disparar contra los malos, a través del éter, te da, literalmente, la vida.
Al llegar a la frutería, aparca el Renault y se baja para hacer la compra del día. Lo lleva bien apuntado. Plátanos que no falten. ¡Ni naranjas! —Con lo que le gustan los zumos a mi Amalia —recuerda, mientras comprueba la lista.
Genaro deja la bolsa de fruta en el maletero y entra al coche. Cuando gira el contacto, vuelve a escuchar a su amigo del alma. Se llaman de vez en cuando e incluso, si la agenda lo permite, comen juntos en alguna ocasión. A tales reuniones asisten, también, Pedrito y Jaime, ahora viudos los dos. Los cuatro hacían de las suyas en el barrio. Genaro sonríe cuando recuerda a madre diciéndole que ninguno llegaría lejos si continuaban así. —¡Qué cosas tiene la vida, Genaro! —vuelve a pensar, justo antes de prestar atención al locutor.
—El gobierno, reunido hoy en pleno, anuncia que no está preocupado por el bienestar de la ciudadanía. Concretamente, el ministro de asuntos privados, ha declarado que el objetivo de la clase dirigente es perpetuarse en el poder y ejecutar únicamente aquellas acciones que logren mantener el nivel de vida que ahora ostentan. Escuchamos sus declaraciones:
—«Hemos decidido, en consejo de ministros, que gobernaremos con el fin de seguir disponiendo de los recursos públicos en nuestro provecho. En este sentido, mantenernos en el poder es nuestra principal misión, sin que exista alguna otra. En cuanto a su pregunta sobre el bienestar de la ciudadanía, lo cierto es que no tengo nada que decir porque a este gobierno no le importa lo más mínimo.»
—¡Continuamos con la actualidad, amigos! En otro orden de cosas, esta mañana se clausuraba la decimotercera convención nacional por la educación. En palabras de la organización, se ha concluido que la educación no sirve, actualmente, para nada y que el objetivo es prolongar su obligatoriedad hasta la edad de cuarenta años. La razón descansa en los últimos estudios científicos, que aseguran que resulta imposible aumentar la estupidez más allá de esa edad. Escuchamos, de palabra de su presidencia, las declaraciones:
«Un año más, nos sentimos orgullosos de estar aquí y constatar que nuestros esfuerzos por conseguir cotas más altas de ignorancia entre la población, están dando sus frutos. Parece mentira (y perdonen que use esta palabra) que, en tan poco tiempo, estemos a punto de lograr aislar el conocimiento. Es el primer paso para eliminarlo de una vez por todas. Sin duda alguna, esto nos anima a seguir trabajando. Vamos en la buena dirección.»
—¡Y esto es todo amigos! Espero que disfruten de una gran jornada y que, al menos, sean tan felices como mi buen amigo Genaro al que, desde aquí, le envío un cariñoso abrazo. Les dejo, ahora, bien acompañados, con el programa «Salud y vida». ¡Disfruten y hasta mañana! ¡Dentro sintonía!
Genaro aparca el viejo Renault en la puerta del colegio. Daniela saldrá en un minuto y la llevará a casa mientras ella le cuenta todo lo que le ha ocurrido en clase. Satisfecho, apaga el motor, silencia la radio y piensa:
—¡Cómo me gusta escuchar las noticias ahora! ¡Qué acierto aprobar aquella ley! ¡La verdad y nada más que la verdad!