uno y pico

Sé que mides uno y pico. No es mala memoria ni tampoco hay, por mi parte, interés alguno en desmerecer el exceso de tus primeros cien centímetros. Lo que ocurre es que desfallezco al llegar al borde del metro lineal y siento vértigo cuando pienso en seguir contando. Me pregunto si esas pulgadas que asoman ante mí serán tan intensas como las que nacen de tu origen de coordenadas. Así que prefiero, la mayor parte de las veces, descansar y mirar el horizonte que aún me queda por recorrer. Tal vez algún día.

Donde me detengo es en el segundo trópico, pasado el ecuador de tu cuerpo. Por momentos me confundo y creo estar en el de Cáncer, cuando en realidad sientes el cosquilleo en los alrededores de Capricornio. Si te das (o me doy) la vuelta, todo arreglado aunque, antes de eso, quiero aproximarme de nuevo a ese abismo desde el que se divisa el pico que excede de los cien.

Lo hago justo en el momento de pensar que, si me aventuro a continuar la escalada, tal vez disminuya la presión del aire y el calor nos abandone lentamente. Si así ocurriera, el juicio se me nublaría y la vista apenas garantizaría un adecuado nivel de seguridad, indispensable para comenzar un descenso desesperado que nos devolviera una pasión que ahora, tan arriba, tan cerca de ese pico, parece desvanecerse.

Por eso me detengo en la centena, procediendo al cálculo de la separación angular entre la misma y el pico. Aunque ya me conoces y sabes que no se encuentra, entre mis habilidades, la facultad de medir con exactitud. De ahí que, cuando me preguntas, no emplee ni un segundo en decirte que mides uno y pico. Pero ¡qué uno y pico mides!