Camino

Cogió su silla y, cargado con ella al hombro, paseó hasta encontrar un lugar que le mereciera la pena contemplar,  a la orilla del camino. No buscaba otra cosa que sentarse a ver la vida pasar, a dejar que le adelantaran aquellos jóvenes, a ver cómo se caían y se volvían a levantar, invadidos por esa fuerza que dan los pocos años y las ganas de comerse el mundo. Desde su lugar, todo le parecía bien y sonreía por ello. Había dejado de correr, de buscar y la calma que ansiaba la tenía prendida de sus propias manos. Sentado, veía la vida pasar, aún montado en ella, sin galope, con la tranquilidad del que ya no le importa ganar ni perder. No sintió cansancio ni se le entumecieron las piernas cuando, al rato, recordó que llevaba demasiado tiempo parado y pensó que lo cierto era que las horas no pesan cuando uno es capaz de morder el aliento a la vida sin gastarla. Y allí, sentado, mirando a aquellos jóvenes, sonrió una vez más; dulces sueños, murmuró, dulces sueños.

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