Horribles

Los dedos buscan en solitario algo a lo que aferrarse. Sin la ayuda de los ojos, cerrados a cal y canto, consiguen llegar al interruptor. ¡Ese no! balbucea el cerebro, irritado por el estruendo que le llega a través de los oídos. Al final, todo cesa cuando logran deslizarse por la pantalla de cristal y desactivar la maldita alarma. Por muy bonito que pareciera el tono a las 11 de la noche, son todos horribles a las 7 de la mañana.

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