La tienda

Simón entró en la tienda. Era el primer cliente de la tarde y Mercedes pensó que nunca lo había visto antes. Cuando algo así sucedía, de cuando en cuando, ella solía ponerse nerviosa. No paraba de mirarse para comprobar si el vestido le hacía alguna arruga y repasaba mentalmente el número de horquillas que mantenían su pelo rigurosamente recogido. Restaba poner la mejor de las sonrisas y esperar a que un completo desconocido comenzara a hablar. Fue justamente lo que hizo.

¿Cómo sería su voz? ¿Miraría a los ojos al preguntar o buscaría con la mirada lo que deseaba entre las decenas de artículos expuestos? ¿Terminaría con un por favor o no le sería necesaria más que una elegante sonrisa? ¿Volvería de nuevo otro día? ¿Tendría en la tienda aquello que lo motivó a entrar en ella?

Simón comenzó a hablar suavemente aunque con la firmeza de quien sabe lo que quiere. Mientras hablaba, miraba a Mercedes directamente a los ojos con el fin de que no quedara ninguna duda de aquello que andaba buscando. En todo momento, sus labios dibujaron unas palabras torneadas con una sonrisa preciosa, en absoluto forzada, ni siquiera gentil; solo natural. Le explicó a Mercedes que podría volver más tarde, al tiempo que halagaba el escaparate de la tienda.

Mercedes no supo cómo aquel hombre pudo tener las respuestas a todas y cada una de sus preguntas en tan solo un puñado de palabras. Sin embargo, eso no logró mitigar su nerviosismo pues lo que Simón buscaba no podría tenerlo Mercedes en la tienda hasta pasadas unas horas. Él no dudó en volver a repetirle que regresaría más tarde si ella le prometía conseguirlo. Simón salió por la misma puerta por la que había entrado segundos antes. Mercedes corrió hacia la trastienda. Se puso su abrigo y salió a la calle, volviendo del revés el cartel de <Abierto> antes de cerrar con llave.

Diez minutos antes de las ocho, Simón entraba por segunda vez en la tienda de Mercedes. Mientras sostenía la puerta para cerrarla suavemente, la miraba. Ella sonrió y se movió tras el mostrador buscando algo. Era evidente que había conseguido el encargo que Simón le había confiado horas antes. Cuando estuvieron frente a frente, solos en la tienda, ella le entregó una cajita cerrada. Le dijo que estaba segura de que contenía lo que le había pedido; lo había comprobado antes de cerrarla y envolverla en papel de regalo. Simón no quiso realizar más preguntas. Pagó el importe que Mercedes señaló y volvió a cruzar la puerta de la tienda, por cuarta vez.

Al llegar a casa, dejó el abrigo colgado en el recibidor. De su bolsillo izquierdo sacó la cajita y se dirigió al salón. Con la luz apagada, permaneció sentado en un sillón frente a la librería. Sostenía con sus manos la cajita y la miraba a través de la penumbra. Permaneció así durante una hora, debatiéndose entre abrir o no abrir aquello  que Mercedes había conseguido ofrecerle. Por fin, la abrió.

Comenzó por el envoltorio, delicadamente colocado por Mercedes. Una vez tenía la caja a la vista, levantó la tapa superior y, cerrando los ojos, metió los dedos dentro. No había nada en ella. Estaba vacía. Simón se quedó inmóvil tras llevarse la cajita al pecho. Aquella muchacha había entendido a la perfección lo que él deseaba. Esa noche permaneció sentado en el sillón, recordando las palabras que, en la tienda,  horas antes, había dirigido a Mercedes.

-Quiero algo de ti que tú no quieras para ti.