El rellano

El descansillo tenía apenas metro y medio. Lo suficiente como para dejar paso al que bajaba sin llegar a tocarse con él, percibiendo un olor a soledad disfrazado de brandy que llegó para quedarse y acompañarla mientras continuaba el ascenso por la manida escalera de mármol.

Tuvo la sensación de llevar años impregnada de ese olor. Incluso podía recordar ser una niña de siete años y bajar hasta el portal los escalones de dos en dos huyendo de él y de sus caramelos, del mismo color que el mármol, aunque calientes, manoseados en aquellos bolsillos, con esas manos momificadas que aguantaban el paso de los años. Las vio sujetarse a la barandilla con la misma fuerza que aquella tarde. La había agarrado hasta inmovilizarla, llenándola de terror. Uno tan grande que terminó por echar de una patada al amor que por Ley natural le venía dado. Perdió un padre para soportar durante años a un vecino en el rellano. Aquel rellano que de vez en cuando los volvía a reunir.

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