Van los niños al instituto. Caminan en grupos, contándose la última en redes, el spoiler acerca de la historia de menganito o el enésimo castigo de los padres. Las mascarillas no retienen ni las palabras ni las alegrías. Mucho menos el mal humor o la réplica. Además, ahora tenemos ojos y eso es mucho, porque los humanos sabemos hablar con ellos, aunque no los usáramos para eso durante la mayor parte de un tiempo que cada vez se nos antoja más lejano. Se mira ahora más que nunca ¡Qué ojos, tú! Los tiene bonitos y no me había fijado ni una sola vez durante el curso pasado ¡Cómo es la vida! Ahora que se terminó el ocio nocturno, justo después de quedarnos sin piscinas, de sabernos perseguidos y señalados por nuestra edad y particular visión del mundo, ahora, estamos deseando volver al instituto. Porque es allí donde, realmente, nos comprenden, donde podemos ser nosotros mismos.