Ratios, razones, comparaciones, pesos, fracciones y quebrados. Entre todas esas palabras, se eligió llamarlos fracciones o, peor aún, quebrados. Con ese nombre, ¿quién los querría?
Un quebrado implica disponer de un número (ponga usted el 3, por ejemplo) y someterlo a tal tensión que acabe por romperlo en pedazos imposibles. Imagine usted el tres séptimos (3/7). No es de extrañar que cientos, miles de almas que no llegaban a los trece años, padecieran, ya no por lo insufrible de su cálculo, sino por el dolor esperado al quebrar el 3 en 7 partes (nada menos que en siete).
El término fracción resultaba menos doloroso, así que, en algún momento del tiempo, debió de imponerse para no seguir creando traumas (¡es la LOGSE, estúpido!). Muchos crecimos con las fracciones y, aunque no nos gustaban, ya no nos dolían. Más bien, sentíamos tristeza al ver cómo un 3 debía de repartirse entre 7 partes, cada una de las cuales jamás podría contener la nobleza de ese número tan universal como mágico (cuente usted las cosas que tienen tres partes, reales o no, y verá cuántas salen).
Por fin llegó la madurez y, con ella, la ratio, los pesos y las comparaciones. Aquellas sesiones de tortura, infligidas al 3, dejaron de existir. También la tristeza desapareció. Ahora, el 3 dominaba majestuosamente al 7. Lo miraba desde arriba, preguntándole si sentía su peso y, sobre todo, si sería capaz de aguantarlo durante mucho tiempo. Pobre 7, enclaustrado en el denominador, sintiéndose de repente norma de comparación, regla bajo la cual todos los demás números del mundo se medirían.
—Soy casi tu mitad —espetó el 3, mientras el 7 aguantaba el peso del resto.
—¡No quiero estar aquí abajo! ¡No quiero ser la regla del mundo! ¡No quiero que todos me miréis! ¡No quiero que me elijáis como modelo! ¡Quiero quebraros, malditos!
La vida pasa y el tiempo nos cambia. Nuestro 7 desea que las cosas sean como antes y que todos se plieguen a él. A buen seguro, recordamos al mínimo común múltiplo, que nos permitía bregar con los 7 que se nos aparecían, malditos y puñeteros. Los mirábamos, allí abajo. Y pensábamos ¿cómo demonios lo quito? Ya no es vuestro tiempo. Las ratios, las comparaciones y los pesos relativos han tomado las riendas. Nada es como antes. Es más, ahora todo está al revés. ¿Quién me iba a decir, a mis años, que los quebrados (o fracciones) serían ratios?