A Lucas lo han borrado de manera permanente. No figura en ningún sitio. En la piscina no le funciona el abono; no puede pagar la compra con sus tarjetas; se ha quedado sin su cuenta de whatsapp; su dni no existe; no le fían en la cafetería; no encuentran su expediente académico; su libro de familia ha desparecido del juzgado de paz y ya no hay constancia de que sea propietario de su casa, un bonito dúplex situado en el extrarradio de la ciudad.
Todo comenzó la semana pasada cuando Lucas recibió una citación para formar parte de un Jurado en un proceso penal motivado por un delito contra el honor. Solo le faltaba eso al pobre Lucas, tan agobiado como vive, entre el perro y la abuela, sin coche que está y con un trabajo a jornada partida que lo tiene loco. Además, su sobrina la pobre vive con él porque sus padres emigraron a Malta hace un par de meses a trabajar en eso del cine y aún no han encontrado un colegio que les guste para la niña. En fin, que Lucas recopiló todos sus documentos, se fue al Juzgado y allí mismo presentó, debidamente compulsadas, copias de todos aquellos informes que probaban y formaban testimonio de tan agotadora vida.
El secretario del Juzgado procedió a registrar la entrada del taco tremendo de hojas repletas de datos y aquello quedó ahí; aunque solo por unos días. El jueves de esa semana, alguien llamaba por teléfono a Lucas y le comunicaba que, examinada la documentación, era una cuestión humanitaria, por no decir, necesaria, el excluir a Lucas de tan absurdo proceso que, aunque legítimo, vendría a darse seguramente porque querellante y querellado no tendrían los problemas que Lucas arrastraba durante cada minuto de su vida.
El caso es que Lucas recibió la noticia de buen agrado. Cuando escuchó al otro lado del teléfono a un señor decirle aquello de: «No saldrá usted en ningún sitio, créame. Queda usted totalmente excluido», respiró profundamente y durmió sus cinco minutos de siesta, que eran los que le quedaban libres antes de tender la lavadora, terminar la cocina, llevar a su sobrina a casa de Isabelita para hacer unos deberes, hacerle la merienda a la abuela, sacar al perro, ir al súper de camino al trabajo, atender a dos clientes, soportar a su jefa (una tal Lola, insufrible ella), ir al banco a hablar con el director por lo de un préstamo para un coche, recoger a la sobri, hablar con su hermano y cuñada para darles el parte diario, hacer la cena, planchar lo del miércoles, darle las buenas noches a la abuela, curarle los ojos al perro que los tenía malos, tomarle la lección a la niña, cenar y acostarse que mañana sería otro día. Poca cosa, vamos.
Al menos, cuando se acostaba, Lucas dormía. Ahora ya no lo hace. No pega ojo desde que lo borraron. Justo este lunes surtió efecto aquello que le habían dicho por teléfono. Lucas no figura ya en ningún sitio. Fuera quien fuera aquel tipo, lo cierto es que se ha pasado. Si lo llega a saber, el pobre Lucas hubiera mandado al carajo todos sus problemas y se habría dedicado a resolver el delicado tema de las injurias por televisión. El pobre, que ya no lo conoce ni su perro. ¿Qué perro? ¿De quién?