Raúl era capaz de concentrarse como nadie en mitad de una cantina. En los días previos a una presentación importante, si querías algo de él lo encontrabas en una de las mesas junto a la cristalera, donde más ruido solía haber. Sus papeles, la taza del café vacía que apresaba a la cucharilla con su fondo de azúcar reseco, el vasito de caña medio lleno de agua con algo de jabón, un plato con restos de croissant sobre el que descansaba un paquetito de mermelada de melocotón y el cuchillo de untar, anaranjado, relamiéndose aún después del trabajo bien hecho. Un caos perfecto que permitía a Raúl rendir al ciento cincuenta por ciento sin olvidar a Black Sabath haciendo retumbar sus tímpanos, directamente desde los auriculares.
Raúl te hacía recordar los tiempos de la facultad en los que eras capaz de hacer casi lo mismo. Existía una proporción directa entre el ruido soportado y las calificaciones obtenidas, de tal manera que los mejores cincos, aquellos más gloriosos, los obteníamos tras haber pasado tardes casi completas mareando unos folios de copistería entre vasos, platos, cucharillas y voces, muchas voces. Las voces eran necesarias para llamar tu atención. Así era como hacías que Raúl te hiciera caso, molesto porque le acababas de fastidiar uno de los punteos de Tony Iommi.
Raúl se quitó los cascos para escucharme. Podía escuchar a Ozzy perfectamente y me alegré de no ser capaz de traducir lo que estaría cantando. Me gustaban muchas cosas de Raúl pero a la vez sabía que existían otras tantas que no encajaban conmigo. Raúl es muy guapo y sabe cosas. Quiero decir que es inteligente, sabe hacer reír y es alguien con el que casi siempre estás a gusto. Es educado y parece formal, pero tengo la impresión de que el verdadero Raúl es el que se esconde en esta cantina, camuflado entre papeles. Creo que si lograra tener una relación con él, jamás lo llegaría a conocer del todo y eso me da miedo. Me da miedo no poder controlar todas las aristas de una relación.
Se nota que le gusto. Por la forma de mirar cómo me siento a su lado, por el cambio instantáneo de su cara al saber que era yo quien lo llamaba, por el antes y el después de verme, una vez que logré llamar su atención y fastidiarle la canción. Es el otro Raúl el que ahora está conmigo, el que me gusta, el que es capaz de encerrar en el sótano a su sombra, tan heavy, tan de Black Sabath. Dios mío, qué pensará Marta cuando le diga que me encanta un fanático de los Black Sabath. Me gusta cómo me sonríe. No es su boca, es la paz que te transmite.
-Perdona que te moleste -aunque él ya me ha dicho que no le molesto, negándolo con la cabeza, dándome seguridad con su sonrisa. -Marta y Juan van al basket esta noche y tienen dos entradas más. Bueno, ya sabes que a Juan le encanta y Marta va un poco por compromiso pero bueno, me apetecía preguntarte si quieres venir conmigo. Luego podemos tomar algo, después del partido.
Espero no haber parecido interesada. Desde luego Raúl tiene tantas cosas que no me siento ni nerviosa. El <me encantaría> que me acaba de decir ha sido suficiente y la noche en el basket con su posterior cena, fabulosa. No nos llegamos a besar, no sé por qué. Tal vez apareció el otro Raúl, tal vez sea yo quien haya puesto barreras, tal vez no fuera el momento o no lo encontramos. No entiendo por qué él no lo intentó aunque quizá él esperaba que yo me lanzase. Son tan complicados los hombres; o lo soy yo, o es culpa de mi genética, o de mi género. Qué difícil ser mujer en estos tiempos. No sé. Tal vez sea difícil ser hombre y no saber qué hacer, ahora que se espera tanto de nosotras, o de ellos.
He vuelto a la cantina varias veces desde el martes del baloncesto y no logro coincidir con él. Tal vez no tenga ya presentaciones importantes o haya acudido a algún concierto de heavy metal. Me he atrevido a preguntar a Adolfo por él, a pesar de verlo muy ocupado poniendo mesas para el menú. Me ha dicho que esta semana no ha venido, que es raro pues no perdona un par de horas por la tarde. Estoy un poco chafada. Tal vez metí la pata, tal vez el Raúl que me gusta ha sido devorado por la sombra que lo acompaña. Soy una duda con pelos y piernas, con síes y con noes y con demasiados tal vez. Me pregunto si aquel chico guapo e inteligente no lo fue más que en mi imaginación y realmente no tuve ante mí más que a un fanático de los bares con ruido y los solos de guitarra de ese Tony tan feo que tiene más años que mi padre. Tal vez lo que me haga falta sea decirle que sí al pesado de Alberto, que no hace más que pedirme una cita.