Aquello tiene que ser una bruja. No acierto a verle los ojos y sé que me moriría de miedo si, de repente, éstos comenzaran a brillar en la oscuridad o se aparecieran encarnados en sangre. Pero es una bruja. Segura estoy. Distingo perfectamente el pico del sombrero, levemente inclinado hacia la derecha. Incluso atino a reconocer varios cabellos rebeldes que asoman por detrás de ese cuello tan horrible. Seguro que tiene una nariz tremenda con una verruga espantosa cubierta con tres o cuatro pelos que podrían arañar a cualquiera. Casi puedo escuchar el aire entrar por esas troneras espesas y silbar al salir de entre sus dientes, largos y grandes, secos y viejos. Está sonriendo. Lo sé por la curva de su barbilla, alejada dos kilómetros de esa boca repugnante por la que no salen más que sapos y culebras. No sé si está sentada o en cuclillas, pero me espera. Sabe que la he descubierto, que la miro disimuladamente. La controlo. Gritaré en cuanto la vea moverse, en cuanto sus manos agarren la escoba que ha dejado apoyada en el armario, bloqueando la puerta para que yo no pueda escapar. Cierro los ojos muy despacio. No quiero que sepa que dejo de vigilarla. Tal vez ahora, cuando vuelva a abrirlos, se haya ido, tal vez se haya movido de su sitio o haya pensado que no merezco tanto esfuerzo, que hay presas más fáciles. Abro primero el ojo derecho, que me coge más a mano. Nada ha cambiado. No aguanto más. Quisiera tener fuerzas para encender la luz y gritarle fuerte pero es rápida, mucho más que yo. Seguro que se abalanzaría sobre mí antes de que alcanzase el interruptor. Mi corazón se acelera y reúno las fuerzas necesarias para gritar. Si lo consigo, sé que saldrá huyendo de aquí porque a las brujas no le gustan los papis ni tampoco las mamis. Solo les gustan las niñas como yo, que por eso está aquí. Sin pensarlo, grito todo lo fuerte que puedo y la luz se enciende. Es tarde ya. La bruja se ha ido, dejando justo en su lugar mi ropa amontonada sobre la silla. ¡Qué hábiles que son! No sé cómo lo hacen pero se montan en esas escobas que parecen un paraguas cerrado y salen pitando dando el cambiazo y dejándonos a los niños por mentirosos o, peor aún, por seres que no paran de imaginar cosas absurdas. Cuando yo sea mayor, las cazaré a todas porque yo sí que sé dónde y cómo aguardan agazapadas las brujas, en las habitaciones de las niñas, a que sea de noche y nada se mueva.