la larga lista de fracasos de toda una sociedad

Si hay algo que jamás será imponderable, es el suicidio. Suele ser premeditado, en tanto que, quien lo comete, lo ha barruntado en alguna ocasión o ya lo ha intentado sin éxito. Sus consecuencias son espantosas y no cabe hablar de incertidumbre acerca de cómo se sentirán los allegados de una persona que decide quitarse la vida. Tampoco del vacío que se deja. El suicidio es cualquier cosa menos imponderable.

En nuestro país, 3679 personas decidieron suicidarse en el año 2017. En términos absolutos, la franja de edad que va desde los 30 a los 39 años, fue la que más decesos acumuló por esta causa. El gráfico de aquel año es el siguiente:

El número de suicidios aumenta hasta los 39 años, descendiendo para el resto de edades. Conforme avanzamos, la cifra desciende vertiginosamente. Sin embargo, si relacionamos los números absolutos con la población que, en ese año de 2017, existía en España, tendremos la tasa de suicidios por edad. Aquí abajo, el gráfico:

El gráfico es, al igual que el anterior, terrible. Teniendo en cuenta el número total de personas vivas en cada franja de edad, los suicidios son más frecuentes en los últimos años de la vida, pronunciándose este comportamiento a partir de los 75 años, alcanzando su máximo cerca de los 89.

Lo más espeluznante de todo es que los dos gráficos son incomparables. Precisamente porque la desaparición de un ser humano lo es. Suicidarse a los treinta, con toda la vida por delante nos produce pavor y angustia. Hacerlo al final del camino no es menos amargo. «Así no», deberían decir todos aquellos que han logrado llegar tan lejos.

El suicidio se lleva consigo el porqué, dejando a los seres queridos profundamente atormentados, condenados a perseguirlo, sin éxito. Reos de las suposiciones, de las culpas y de los remordimientos, viven con un destrozo en el alma, imposible de reparar. Con toda seguridad, en la mayoría de los casos, las razones que llevaron a los jóvenes a suicidarse serán bien distintas que las que empujaron a los mayores. Aunque es inútil, ninguna es mejor causa que la otra. El desamor, la ruina, las drogas, la pérdida trágica de un hijo, no son ni mejores ni peores razones que la soledad, el miedo o la pena. Ni siquiera son razones, sino fracasos de toda una sociedad. La lista es larga y puede empezar a leerse por donde uno quiera (o pueda).

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