admin salió del grupo

—¡Dilo! ¡Dilo una vez más, cariño!

—Gua… Gua… ¡¡¡¡¡Guaaaassssssap!!!!!

—¿Ves? ¡No pasa nada, tonto! ¡Muuuuuuuuuuak!

—Puede usted abrazarlo. Dele confianza. No tema. Mi colega me ha informado de los avances. Vamos en la buena dirección.

—¿Ves lo que dice el nuevo doctor, mi amor? Ya no lo necesitas. Estás totalmente recuperado. ¡Puedes nombrarlo y todo!

Ella no lo vio, pero el facultativo hizo una mueca. El paciente había mejorado, aunque aún tendrían que transcurrir unos meses para evaluar el progreso real. Con un discreto gesto, llamó la atención de la mujer. Quería hablar con ella a solas.

—Disculpe ¿Qué le ocurrió a su marido? No aparece en la historia clínica.

—Una desgracia. Comenzó con la pandemia. Él y todos sus empleados tuvieron que teletrabajar, así que crearon un grupo de guasap. Cuando llegaron las vacunas, no fueron capaces de salirse del mismo. Pensaban que seguían confinados y desarrollaron un extraño comportamiento.

—¿En qué consistía?

—Eran incapaces de hablar por otro medio que no fuera ése. Todo lo que tenían que decir, lo escribían en ese maldito grupo. Absolutamente todo.

—Entiendo.

—No creo que me entienda, doctor. Dejó de hablarme. También retiró la palabra a sus hermanos, a los vecinos… ¡a todo el mundo! Durante meses no hemos podido comunicarnos con él, pues se negaba a incluirnos en el grupo, al ser de trabajo.

—Pero… ¿cómo llegó a este estado catatónico?

—Fue hace un mes. Mi hijo aprovechó un descuido y cogió su móvil. Eliminó el grupo y borró todo el historial. Desde entonces…

—Entiendo.

—El resultado ya lo ve usted mismo. Apenas pronuncia dos o tres palabras. ¿Qué opinión le merece, doctor? Sea franco, se lo ruego.

—Seré sincero, señora. La mente de su marido quedó bloqueada al eliminar el grupo. Sus pensamientos deben estar almacenados en alguna copia de seguridad de todos aquellos chats de trabajo, vaya usted a saber en qué servidor ¡Whatsapp tiene millones de ellos repartidos por todo el mundo! Mucho me temo que lo que tiene ahí fuera es sólo una carcasa, un envoltorio de carne y huesos. Él ya no está. Con suerte, aprenderá a hablar de nuevo aunque no lo reconocerá.

—¡Todo por el maldito guasap! —dijo la mujer, entre sollozos, completamente abatida.

—A mí me lo va usted a decir. Mi mujer tampoco me reconoce.

—¿Tampoco? ¿Por qué motivo, doctor?

—Trabajaba para su marido.

*****

—relatos de un segundo confinamiento—