Decía el poeta que «hoy es siempre todavía» y, aunque de mi boca salga aquello de, «mañana en la batalla piensa en mí», rezo porque aguardes en vela hasta el momento en el que pronuncie «todos los nombres» por los que te he conocido. Al alba, si finalmente todo va mal y «la conjura de los necios» acontece, nos veremos empujados hacia ese punto de ebullición en el que nuestra sangre hierva, «como agua para chocolate», y dejemos de reconocernos.
Debo vivir el momento y no pensar si caigo en desgracia al no verte, por culpa de este confinamiento. No quiero que me olvides, aunque para que eso ocurriera, tendría que ser mañana. Así que es ahora cuando tengo que darte razones para que me recuerdes. Tal vez, nombrarte como cada una de las sensaciones que me has hecho vivir todos estos años. No encuentro otra forma de hacerlo, así que te las diré, antes de que duermas. Mañana podría acabar este aislamiento y dejarnos expuestos a la vida que corre de esquina en esquina, donde otros interfieran entre tú y yo. Quizá hasta el punto de separarnos.
El primer párrafo cuenta lo mismo que el segundo, aunque lo hace infinitamente mejor. No es casualidad que se hayan utilizado palabras que están en algunos de esos libros que te han hecho vivir.
Ayer, veintitrés de abril de 2020, fue el día del libro. Y nuestros teléfonos se llenaron de pasajes hermosos, que nos permitieron olvidar que estábamos confinados. Por este motivo, quiero daros las gracias a todos los que lo hicistéis realidad. De corazón.