—No llores. Si nos vamos a ver muy pronto. En cuanto menos te lo esperes, estaremos juntos de nuevo ¡Dame un abrazo, venga!
Me despedí de mi mujer y del mayor de mis hijos. Cogí las maletas y el pequeño Jorge, que se venía conmigo, me siguió a través del portal. Nos cambiábamos de piso, concretamente al edificio de al lado, el número 27. Viviríamos con una mujer de cuarenta y cinco años y su padre, de sesenta y ocho. Además, según nos habían comunicado, nos acompañaría un soltero que vivía en la calle Rosas, trece y un perro de unos tres años, propiedad de una señora de Vigo, no recuerdo ahora bien su dirección.
Mi mujer y Luis (así se llama mi hijo mayor), podían quedarse en casa. En unas horas se mudarían allí dos mujeres, tres niños y un hombre de unos treinta años. Las mujeres no se conocían de nada (una de ellas, británica; la otra de Almería) y eran solteras. De los niños, únicamente sabía que provenían de otra comunidad autónoma y que no guardaban parentesco alguno entre ellos. El hombre era un carpintero de aquí del barrio, separado y con una hija, ahora en paradero desconocido.
La de-escalada inicial que el gobierno planteó a primeros de mayo fue un absoluto fracaso. Los brotes no se hicieron esperar y tuvimos que confinarnos de nuevo durante todo el verano. Sobrevivimos como pudimos a base de batidos frescos y aire acondicionado. La re-de-escalada siguiente, en la que ahora nos encontramos, se haría también por fases, pero con un criterio novedoso. A los ciudadanos se nos agruparía en función de nuestro comportamiento durante la primera de-escalada.
Haberme excedido en diez minutos paseando a Jorge el 5 de mayo, nos costó ser asignados a colectivos de fase cero. Mi mujer, que aquel día estaba enferma y no me acompañó y mi hijo mayor, Luis, con un pavo del quince y un síndrome de la caverna brutal, se quedaron en el nivel de fase cuatro (debido a su comportamiento ejemplar). Por eso, ahora, nos separaban.
Resultó que la mujer de cuarenta y cinco años con la que viviríamos salió a correr el 2 de mayo a las seis de la mañana y fue detenida por estirar en un parque. Su padre, preocupado al ver que no regresaba, salió a la calle a las ocho de la mañana, siendo interceptado por la policía local y sancionado. El soltero de la calle Rosas venía de ver a la novia cuando fue denunciado por una vecina, harta de escucharlos en la cama. Y el perro nos acompañaba porque salió a pasear sin su dueña por el centro histórico de Vigo.
Y aquí estamos. Re-confinados en la fase cero, mientras mi mujer se ha liado con el carpintero y mi hijo se ha echado una novia británica, mucho mayor que él. Como, además, están en la fase cuatro, se han largado a Almería, donde la otra chica tiene una casita al lado del mar y aún, en estas fechas de septiembre, se disfruta del sol. La chica del sur se ha quedado en el piso con los tres niños y dice que de allí no la echa nadie. Esta tarde, daré un paseo con mi Jorge, a ver si se nos pasa un poco la tristeza. Al menos, mira por dónde, ya tenemos perro, que mi mujer nunca quiso uno.