Un conocido (y mejor persona) me enseñó que a las cervezas espléndidas había que tratarlas de usted. La manera correcta de proceder, en tal caso, era sencilla (como todo lo apropiado, por otra parte): sostener la botella por el cuello, a ser posible con sólo un par de dedos, a la altura de la etiqueta (catalogada como collarín), encararla con el debido respeto y beber un trago lo suficientemente intenso como para despejar cualquier duda acerca de su valía. Dejar descansar el vidrio es, también, asunto de cuidado. Debe hacerse de la misma manera, descrita anteriormente, procurando que este objeto sea protagonista en cuanto a la configuración de la mesa. La fabulosa cerveza bien lo merece. Estoy casi seguro acerca de algo: muchos de ustedes me entenderán (en caso contrario, recomiendo se dirijan a pedir consejo a quien pone nombre a este relato).
Llegados a este punto, nos queda, como sociedad, un único asunto: tratar a las personas como se trata a una espléndida cerveza.