flores

Sentada junto al fuego, con la mirada perdida en él, parece ausente, hasta que se gira hacia mí.

—Quiero que me traigas flores —dice pausadamente, justo antes de dar un sorbo al café. Mantiene la taza en sus manos, absorta en las llamas.

Al cabo de unos minutos regreso con ellas. Hortensias, petunias, dalias y rosas. Dos de cada, juntas en un ramillete. Al entrar, advierto que el fuego es ahora más apacible que hace un rato. Ella ha terminado el café y tiene un libro en su regazo.

—Traigo tus flores. Las pondré en un jarrón. Tal vez el azul, si te parece bien.

Vuelve a girarse hacia mi posición. El fuego queda justo a su lado, reflejándose en sus ojos. Le traería todas las flores del mundo, pienso.

—El jarrón azul está bien, gracias. —Sonríe al acabar la frase, manteniendo su mirada hasta comprobar que me han gustado sus palabras.

—Queda bien en la mesa de centro, —propongo mientras coloco el jarrón frente a ella. Sus ojos, que siguen iluminados por la luz de la chimenea, se quedan atrapados en las flores. Las mira, saltando de una a otra, como queriendo escoger una de ellas sin terminar de decidirse. Viéndola, ahí sentada, sé que está recordando. Vuelve a sonreír y me siento a su lado.

—Madre, —le digo, —se está bien en casa, junto al fuego y con esta mesa tan bonita ¿no le parece?

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