Imprescindible

La última vez que lo vi, iba camino de casa. Como era habitual, llevaba la boca cerrada. Cremallera, solía ser la consigna. Ella estaba acostumbrada, así que no solía preocuparse. Es más, la mayoría de las veces ni siquiera se fijaba en él hasta pasadas las horas. Y es que, acabada la tarde, a ella le traía sin cuidado lo que le ocurriera a él. Hasta tal punto llegó la indiferencia que le mostraba, que pasaban las noches separados. Él, en salón, arrumbado en una esquina, casi sin luz. Ella, en su habitación, dormía tranquila. Sabía que las mañanas eran diferentes y que él, entonces, se volvía importante.

Sin embargo, cuando ella lo buscó, tras el desayuno, él no respondió. Por más que trató de encontrarlo, solo pudo hallar un sitio vacío, donde debería haber dormido. Sintió miedo de no volver a verlo más y entonces pensó que tal vez aquella noche había decidido no volver con ella. Nerviosa, me guasapeó: Papi, ¿me he dejado allí el estuche?

Ella lo encontraría, finalmente, en el suelo, cerca de la antigua mochila, justo a los pies de su cama. Cremallera cerrada, con todos los rotus dentro. Con todas las ganas del mundo de seguir siendo imprescindible.