el ventilador

¡Qué viejo está el ventilador de la cocina! Funciona cada vez que tiras de su cadenita, pero se le notan los años.

—¿En qué te basas para decir eso? ¿Acaso no sigue dando fresco?

Antes no se movía tanto. Ni chirriaba. Tampoco parecía que iba a escupir la bombilla hacia cualquier rincón. Puedo verla, haciéndose añicos contra algún azulejo. Bombilla que, por otra parte, aún es de bajo consumo. No hay LED para mi blanco ventilador.

—¿Y por qué no lo cambias de una vez? Siempre estás igual. Quejándote de las cosas que duran.

Tienes razón, aunque no es queja, sino envidia. A pesar de sus achaques, le pone empeño y sus chirridos parecen más bien afirmaciones. Entre ellas, la más importante —No me tires todavía. Puedo seguir con esto y prometo no soltar la bombilla. La tengo bien agarrada. Confía en mí —parece decirme cuando miro hacia arriba y lo veo girar con el mismo empeño que el primer día.

—¿Siempre estuvo ahí? Quiero decir, pendido de este techo.

No. Ha venido conmigo de aquí para allá. Lo cierto es que también le tengo envidia por otra cosa. Nunca se sintió dolido por ser sustituido o reemplazado. Cuando un ventilador más joven, potente y avanzado llegaba a casa, ocupaba su lugar y a este pobrecito lo destinaba a otra estancia, olvidada hasta ese momento. Lo cierto es que él nunca sustituyó a nadie. Y míralo ¡Ni un mal giro!

—Va a resultar que tiene más cualidades de las que imaginabas.

Sospecho que siempre las tuvo. Otra cosa es que no las advirtiera hasta ahora. Pero no me culpes. Sucede también con las personas. Terminamos de verlas con los años.

«los relatos salen de las piedras y, también, de pequeñas conversaciones que, aparentemente, carecen de sentido. Afortunadamente, cada palabra, cada mirada, cada gesto y cada silencio tienen su aquel (y su relato). Este que nos acompaña hoy, podría haberse gestado mientras Elena y yo mirábamos hacia el techo de la cocina, el primer día de calor, justo con la nueva normalidad»