A Juande me lo había encontrado en el supermercado. Se hallaba detenido frente al expositor de frescos para llevar, examinando una cajita de plástico rotulada con el título «Cuscus Oriental». Juande movía la mano derecha de arriba a abajo, mientras sostenía la cajita, como queriendo valorar el alimento en función de su peso o de su consistencia. Tal vez estuviera dudando si comprar aquello o no, si comprar más de una cajita o si mandar todo a freír espárragos y aceptar de una puñetera vez sus kilos de más, su forma de vida y su propia inercia a engordar. Aceptarse a sí mismo, narices.
Era la primera vez que lo veía desde que Marcos lo dejó y sé que debería haberlo buscado antes con la excusa de llevarlo a casa a comer o invitarlo a una cerveza. Francamente, con los años, he ido perdiendo capacidad para ocultar mis verdaderas intenciones hasta tal punto de llegar a no saber qué es lo que quiero y qué es lo que no. Así que cada vez que pensaba en llamarlo, una profunda pereza asaltaba todo mi cuerpo, trasladándome a un estado de inconsciencia que se debatía entre el dolor y el placer. Confieso que esa sensación llegaría a engancharme, aunque eso es otra historia.
Inmóvil seguía Juande sopesando el cuscus. Como tardaba mucho, decidí lanzarme desde el corredor de los yogures hacia su posición. En apenas unos segundos, me hallé a su lado y fue cuando lo escuché rezar. Parecía aterrado. Me arrepentí enseguida y me pregunté por qué razón en ocasiones yo hacía cosas que no quería hacer, pero finalmente las llevaba a cabo de manera apasionada. No entendí nada de lo que salía de su boca, pero sí vi sus ojos centrados en la cajita, evitándome. El muy idiota parecía querer esconderse de mí con esa absurda patraña. Ya que estaba allí, cabían dos posibilidades: ser otro idiota más frente al expositor o llevarme a Juande a otro sitio.
Cuando lo toqué estaba frío. Tiré de la manga de su chaqueta y no pude moverlo, ni tan siquiera el brazo. Pronuncié su nombre y sus ojos no respondieron, su cuello no giró y tampoco advertí movimiento alguno en sus pies. Repetí su nombre alzando la voz, me coloqué detrás de él, lo abracé y quise arrastrarlo. Me encontraba tan insultantemente vivo que no era capaz de escuchar nada más, ni siquiera el pánico de la gente. Ya no existía ningún movimiento visible en su mano derecha, la misma que apresaba el cuscus, ahora inerte y sólida.
Una hora después, la zona estaba acordonada y repleta de representantes de la ley y el orden. La jueza que levantó el cadáver me tomó declaración bajo la atenta mirada del secretario judicial. Sentí de nuevo frío, esta vez en las muñecas, seguidamente acompañado de ese dolor placentero, familiar en otras épocas de mi vida. Esposado, con las manos atrás, caminé a trompicones hasta el furgón. Me habían tapado la cabeza con mi chaqueta vaquera, pero y con todo pude escuchar a la gente gritarme asesino.
En el juicio mostraron el cuchillo con el que degollé a Juande. También enseñaron una foto del cuscus oriental salpicado con su sangre. Este detalle, aun morboso, tendría, a posteriori, una intensa repercusión en los medios y, según supe más tarde, el producto en cuestión incrementó sus ventas de manera exponencial y llegó a ser muy conocido, aunque a mí me serviría de poco, pues la empresa comercializadora jamás mostró interés por ofrecerme algo parecido a una gratificación, bien merecida ¿por qué no? En lo judicial, de poco me sirvió alegar lo de Marcos y salí declarado culpable de asesinato y sentenciado a más de veinte años de prisión, los cuales cumpliría parcialmente, hasta que alcancé el tercer grado.
En el súper, sigue vendiéndose el cuscus oriental, aunque claro está con modificaciones. Le han añadido alguna que otra salsa, hay variantes genéticas, el envase es ahora ecológico y la cara de Juande aparece justo encima del código de barras. Debajo de la marca, puede leerse el eslogan:
<<Tan bueno para tu salud que arriesgarás tu vida por comerlo>>
Ahora, al parecer, vale todo en publicidad. Esta tarde me pasaré por el súper para comprobar si es cierto lo que dice ahora esa cajita de cuscus oriental. ¿Estarás tú comprándola?