La ventana se ha abierto de pronto, dejando entrar aire frío. El pestillo parece estar bien, así que vuelvo a sentarme sin darle demasiada importancia.
Entonces me acuerdo de ti. Solías abrir las ventanas de par en par, nada más levantarte. Decías que aquella era la mejor forma de comenzar un día que volvía a repetirse en las horas, pero no en los segundos. En ellos estaba, según tú, la diferencia. Aquellos instantes en los que permanecías inmóvil, recibiendo el aire frío de la mañana, los recuerdo ahora.
Cuando la ventana vuelve a abrirse, esta vez con más fuerza, me apresuro a cerrarla de nuevo. En esta ocasión, trato de asegurarme tirando del picaporte con fuerza hacia mí. Mientras lo hago, me siento tentado de mirar el cristal, no a través de él, sino dentro de él. Casi lo hago, pero caigo en la cuenta de que podría ver tu reflejo.
No me atrevo a verte otra vez. No de la manera en la que no pueda tocarte, así que regreso al sofá pensando que tú sí lo hubieras hecho. Te gustaba buscarme una y otra vez, hasta que conseguías ruborizarme. Entonces, me decías que ya sabías lo que pensaba porque lo habías visto.
—¿Y qué ves? —preguntaba entonces, pretendiendo que inventases algo muy rápido, aunque la respuesta no fuera totalmente sincera.
—Cada vez, algo diferente —susurrabas cerca de mí. —Pero siempre me gusta. ¿Sabes por qué?
—No quiero saberlo —respondía apresurado para evitar que continuaras hablando. —Si fuera consciente de ello, lo cambiaría sin querer y acabaría estropeándolo. Si no me lo cuentas, seguirá gustándote.
Aquella fue la última vez que abriste las ventanas. Tenías razón, los días se han repetido en las horas, pero no en los instantes. Sea lo que sea lo que haya abierto por dos veces esta ventana, me ha regalado unos segundos contigo de nuevo.