Viajes que no fueron hubo siempre. Como aquel viaje de estudios que perdí por vago y mal estudiante. Fue a París, cruzando en autobús la península (y media Francia). Un viaje de ida y vuelta que a mí me serviría para comenzar la temporada de verano entre apuntes de física, matemáticas, inglés y filosofía. No habían llegado los noventa y París debía estar preciosa.
Para viajes de estudios, más organizados y supervisados que los de antaño, todos los que ha revocado la pandemia. Han terminado por ser a ninguna parte, a pesar de estar casi financiados por rifas de bombones, cestas de navidad y cenas para dos en restaurante a elegir. Tiré todas las papeletas, caducadas durante el confinamiento.
Otros viajes, nada más empezar, terminan para los caprichos de navidad que ahora estorban. En un arcén, sin dar un ladrido, se rinden llorando. No hay sitio para ellos. Bestias, que viajan a donde no admiten animales.
Pero habrá viajes que sí sean. Carlos viene de Irlanda hoy con la intención de volver pasado mañana. Inma volará desde el Reino Unido para una semana. Otros subiremos y bajaremos de la meseta hacia el sur en intervalos cortos. Paco deja Sevilla en julio y regresa a su Andalucía oriental. José Luis pone rumbo a Galicia por unos días.
Los viajes, aun cortos, vuelven. Y eso es una buena noticia.