sinergia

Ayer me pediste la luna, cosa que me pareció imposible. De ahí que torciera el gesto y que tú, como consecuencia de ello, me dejaras. De nada sirvieron mis preguntas, mucho menos las constantes súplicas, arrodillado ante ti. Argumentaste falta evidente de romanticismo, algo que no pude negar por ser completamente cierto. Traté de hacerte entender que mi posición era objetiva y que nadie podría bajar la luna, entre otras cosas porque, según la ley de la gravitación universal, en cuanto el satélite perdiera su órbita y se acercara a nuestro planeta, se nos caería encima, provocando la extinción de todo ser vivo por lo que, en ese caso, el precio a pagar por tan absurda demostración de amor era, a todas luces, demasiado alto.

Tal razonamiento fue tachado, por tu parte, de excesivamente racional. Afirmabas, entre lágrimas, que estarías dispuesta a morir por amor, siempre y cuando yo también lo hiciera. Además, si de ello resultara la desaparición de cualquier tipo de vida sobre el planeta, nuestro amor, además de ser el último, habría merecido la pena.

—¿Por qué me miras así? ¿Acaso no es realmente bonito y trágico lo que estoy proponiendo? —me gritabas, desesperada.

—Trágico es, sinceramente. No obstante, como veo que no puedo convencerte y que estás decidida a dejarme, te ruego que me permitas intentarlo. ¡Te bajaré la luna!

Y aquí estoy. Montado en un cohete a 16 200 kilómetros por hora. Tanta velocidad, no para llegar pronto (que lo haré) sino para poder salir de la Tierra con garantías. Apenas puedo moverme, así que espero que comprendas que me ha sido imposible darme la vuelta para saludarte por la escotilla. No me lo tengas en cuenta, por favor. Te quiero mucho.

A este ritmo, en 24 horas estaré detrás de la luna, empujándola con todas mis fuerzas, todo con tal de llevártela (aunque el mundo se acabe). Eso si antes no me lo vuelvo a pensar y concluyo que nuestra relación, de tan sólo semana y media, no merece tal gesto, tan lesivo para la humanidad y el resto de especies. ¿Te has parado a pensar que detendremos miles de años de evolución? ¿Y todo por un capricho? Lo cierto es que, a medida que me acerco al destino, me asaltan las dudas.

He llamado a mi madre y me ha dicho que haga lo que quiera, pero que me lo piense. Que hoy tienes una novia y mañana otra y que recuerde cuando pensaba que era inútil vivir sin Leonor (una novieta que tuve en la carrera). Yo le he dicho que la entiendo, pero que esta vez es diferente.

—¡Mira hasta dónde he llegado, mamá. No me dirás que ella no es especial. Esta vez sí, mamá. Esta vez sí.

Finalmente, mamá y yo hemos llegado a un acuerdo. A pesar de que ya estoy en la luna, esperaré a esta tarde antes de comenzar con los trabajos. Dice mamá que veré las cosas de otra manera, aunque a mí me parece una tontería. Pero es mi madre y a las madres siempre hay que hacerles caso. En fin, esperaremos.

—¿Ves hijo? Si ya te lo decía yo. No llores más y ten cuidado con el cohete. A ver si ahora te va a pasar algo. Ve despacio y acuérdate de tu madre. ¡Ay! Con lo listo que es mi niño y lo burro que se pone a veces. Si es que no se puede tener tan buen corazón. ¡Tienes que ser más listo!

Mamá tenía razón. Yo, en la cara oculta de la luna, preparado para precipitarla sobre la tierra y ella dejando mis mensajes y fotos en visto. Qué desagradecida. Terminé de darme cuenta de todo cuando no me respondió al corazón gigante que le había enviado. Aquello fue la gota que colmó el vaso, así que, como pude, llamé a mamá y se lo conté todo. Ya voy de vuelta, mamá.

Una vez en casa, he decidido escribirte una carta. Reza así:

«Me pediste que te bajara la luna, así que subí hasta ella. Arriesgué la vida para poder salir de la tierra y pasé miedo cuando, en mitad del camino, no encontré más que frío y oscuridad. Acercarme a su órbita me hizo darme cuenta de que hay ciertas cosas que se ven bonitas de lejos y que van perdiendo su magia a medida que te aproximas a ellas. Justo antes de prepararme, giré la vista hacia donde debías de estar. Evidentemente, no te vi y, si lo hubiera hecho, tal vez sí que habría dejado a la luna precipitarse sobre el mundo entero. Pero, aunque yo sabía que estabas, lo que se presentaba ante mis ojos era mucho más grande y hermoso que tú. Así que me di cuenta de que no pintaba nada allí arriba y de que tú no pintabas, tampoco, nada en mi vida. Recuérdalo cada vez que mires la luna. El todo siempre es mayor que la suma de las partes, por inolvidable que alguna de ellas nos parezca.»