Nos encontramos a eso de las 10:30 de la mañana. No fue algo imprevisto, pues ya teníamos planes y a esas horas éramos optimistas. Coincidíamos en el desayuno. Buenos augurios. Café con leche condensada, bombón de toda la vida y croissant. Sentados, dimos cuenta del mismo y apresuramos a marcharnos por la puerta de atrás.
El gepeese nos condujo hacia un sitio amplio, tranquilo, luminoso y algo moderno. No deberíamos estar allí o, al menos, resultábamos extraños. Una mujer se nos acercó, interesada por nuestras intenciones. Su cara se relajó al momento de conocerlas y, muy simpática, quiso incluso ayudarnos en nuestra misión. Al fin y al cabo, las mañanas en aquel lugar debían ser aburridas y no era habitual que dos apuestos hombres se presentaran preguntando por algo tan extraño, a esas horas. Enseguida introdujimos la nueva reseña en el dispositivo. En unos minutos habíamos localizado el objetivo, así que procedimos a buscar sitio para el coche. Entre tanto, fuimos capaces de encontrar lugares comunes que nuestra capacidad lingüística pudiera explorar y así fue como descubrimos que denominábamos de la misma manera a las rotondas o que en Los Ángeles los conductores son más felices porque solo hay una en toda la ciudad.
Aparcado el descapotable, caminamos hacia el 37, sito en la popular calle del gato, ansiando encontrarnos con nuestro objeto de deseo. Allí, parados a las 11:30 de la mañana, no pudimos más que ver su puerta cerrada. Si algo debía moverse allí dentro, sucedería a partir de las 7 de la tarde, nunca antes. Afligidos, encontramos tiempo para curiosear entre artículos de segunda mano, dándonos la oportunidad de volver a compartir aficiones. El nada que hacer cuando estás lejos de casa comenzaba a pesar menos en compañía.
Anduvimos de negocio en negocio hasta que un señor, que bien podría haberrnos acompañado en nuestra aventura, tuvo a bien indicarnos otra dirección donde tal vez encontraríamos lo que buscábamos. El coche estaba alejado por lo que decidimos caminar algo más de un kilómetro. Nos encontramos con aquel karaoke cerrado, sin saber a ciencia cierta si dentro contenía la satisfacción de nuestra búsqueda. De nuevo encontramos las palabras adecuadas para comunicarnos y, como nos cogía cerca y la hora apretaba, terminamos en El Portalón frente a un tercio fresquito, otro café con leche, una tapa extra y un vegetal que amenizaron una conversación sobre el estado de locura que recorre Europa, los referéndums, la corrupción y las ganas de vivir de la gente, aquí y en Holanda. Eso, a pesar de lo difícil que nos lo ponen, porque mira que es complicado que un español y un holandés encuentren un billar para echar una partidita cualquier mañana de estas en Ciudad Real, cuando hay poco más que hacer que ver la vida pasar. Great morning Jaap.