Miguel Rubén

El ruido de la motosierra a las ocho de la mañana. Con la fresca hay que ponerse, que el sol pica ya a las nueve y media. Tiene Rubén cuatrocientos metros de seto por emparejar. Cuando termine, le han dicho que fumigue, corte el césped, barra la piscina, recoja las hojas y enderece el limonero. A la media hora se le termina la gasolina y tiene que coger la furgoneta para ir al almacén a por más. En esto, pasa su jefe con el camioncillo y ve los setos a medio hacer y la máquina en el suelo. Le sobreviene un coraje más o menos como aquel que padeció cuando su chiquilla se echó un novio de treinta y tres a los dieciséis años. Coge la motosierra y la arranca. Aún quedaba algo de combustible. El necesario para funcionar un par de minutos antes de pararse definitivamente. Justo al tiempo, llega Rubén con el bidón. No se escucha la discusión debido al ruido del motor. Hasta que cesa. Rubén se desangra en algo menos de noventa segundos, con los dientes de la máquina enganchados en su cuello, hundidos en la yugular. Miguel, repleto de sangre, apenas sabe lo que ha pasado. El coraje se ha transformado en un horror que le arrebata el control de su cuerpo. Tan solo en unos instantes ha pasado de tararear la canción del verano en su camioneta a terminar con la vida de su yerno. Sin saber aún lo que hacer, destapa el depósito del fumigador y se lo bebe en cuatro largos tragos, profundos, desesperados. Con la mirada vacía, se recuesta en la valla que da soporte a unos setos despeluznados. Tiene a Rubén a su izquierda. Miguel muere instantes después. Son las tres de la tarde cuando comprueban que el césped sigue sin cortar, las hojas secas flotan en la piscina sucia y el limonero continúa mirando al este. La mujer de Miguel no sabe nada y su hija sigue en el médico con el nieto. A las tres y media, los encuentran en mitad de un charco rojo con olor a gasolina, tras los setos de la parte de atrás. Nadie es capaz de asegurar lo que ha ocurrido. El equipo forense de la Guardia Civil tiene dudas sobre el orden de los sucesos. Incluso se plantean una escena con una tercera persona. Suegra y nuera siguen juntas. Se hacen cargo las dos de Miguel Rubén, quien nunca sabrá si fue su padre quien mató a su abuelo o si, por el contrario, el abuelo Miguel puso fin a una relación de odio que ya duraba demasiado.