Ernesto es levantador de peso. Saltó directamente a la categoría de más de 105, siendo su especialidad la de arrancada. Ernesto no te va a pillar en dos tiempos. Él no es de los que avisa. Simplemente, te levanta de una. Cómo aquel día en el que le dije cóbrate los dos tercios y se descolgó con una nota que ponía cincuenta y tres con veinte. Antológica fue aquella ocasión en la que colocó una paella del Pleistoceno como plato del día y la tasó a precio del carbono 14 empleado para revelar su edad. He visto a jubilados levitar sobre las sillas de aluminio de la terraza con la dolorosa en el bolsillo, alejados de sus andadores metálicos. Ernesto y su línea aérea, con su menú degradado, deshidratado y volátil. Ernesto, rancio en expresiones, solo generoso en sonrisa cuando pregunta si los señores tomarían algo más. Ernesto, de bayeta sucia y ligera. Salpicona y conjugada en todos aquellos sinsabores de los clientes insatisfechos, voladores y enojados, sin cuartos. Ernesto y sus entradas, con su punto miserable y el tono rojizo de una piel que se desprende cuando te acerca el platito de la mayonesa con media falange disfrazada de gabardina, juguetona con la salsa. Ernesto sabe que vuelves tras un levantamiento. Aunque sea a por café. Hoy lo he hecho. Está más gordo, más calvo, más rojizo y más fuerte. Consiguió levantarnos a toda una mesa de nueve. A la hora de dar las vueltas, nos llevamos un bayetazo. Por si no nos habíamos ido lo suficientemente limpios.