Matías y el Estado

La espuma de la cerveza había ocupado casi toda la copa. Ahora le tocaría esperar a que parte de ella fuera milagrosamente convirtiéndose en la parte líquida que tanto le gustaba. Entretanto, observó las mesas cercanas y el trajín de la camarera. Recababa opiniones sobre diversos temas. Por ejemplo, por fin supo que lo que tenía a sus espaldas era un colegio de monjas y pudo recolectar tres puntos de vista sobre la tapa estrella del bar, que no lograba contentar a los clientes tradicionales, de servilleta de papel y palillo. Para ellos yo recomendaría bar de barra y borracho con sombrero, habitual del copazo de brandy, tertuliano constante que dispone de repertorio nacional, con cuestiones de Estado. En los bares de firma estos temas no se tratan; del Estado se pasa a las cuestiones personales y sin conocer a Vicente, ya sé que no va a ver a su madre al hospital desde hace dos tardes, lo cual lo ha convertido en menos humano que su hermana, que lo anda contando a estas amistades que han venido a visitar la ciudad de su mano. Entre unos y otros, a Matías lo dejamos abrazado al brandy mirando el paso firme de los legionarios y echando de menos a aquel rey que le inspiraba otras cosas; seguramente no es el rey, seguramente es que Matias era más joven, aguantaba mejor el brandy y los bares de barra estaban más solicitados para hablar de las cosas del Estado, que a mí qué me importa si Vicente va al hospital.

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