La chaqueta milenaria

Lorenzo es quien da el visto bueno. Nada aquí arranca si no pasa por sus manos, sus ojos, su relamido gesto de aprobación, su rancio arqueo de cejas y su inevitable objeción. Está bien pero yo añadiría …

¿Por qué no lo fichó la radio? O la tele. O el puñetero periódico local. No. Nos lo tenemos que tragar con su chaqueta milenaria, sus manchas en el pantalón, sus épicas batallas, sus incontestables argumentos y sus pasos sigilosos, carentes de sentido, los pobres, que ignoran el olor a alcanfor de la tela que viste al cuerpo que los calza y los delata a metros del objetivo.

Y mira por donde Lorenzo se ha enamorado. Por primera vez en siglos, ha sido incapaz de desbaratar la opinión de Chelo, una becaria trasnochada que recaló a bordo del sindicato de turno, con aires de grandeza y fecha de nacimiento en el mismo siglo que su amado. Tenía todos los puntos para estar en el ojo del huracán Lorenzo y al final se juntaron los dos, evolucionando a fuerza siete.

En serio, honestamente, aquí y ahora, no hay quien trabaje. Todo está bajo su lupa. El café sale amargo de la máquina, los papeles no se mueven de sus clips, nadie se atreve a abandonar sus mesas, Lola está apagada, los chicos celebran sus aniversarios y todos salimos después de las ocho sin rechistar.

Hoy Julio ha hablado con Chelo y, a escondidas, se han tomado un café, dulce y de máquina. Enseguida hemos tenido unas ganas de cañas a las 19:30 tremendas, Luis perdió su informe por no graparlo y Marta no estuvo en su despacho en toda la tarde, porque Antonio celebraba sus bodas de plata en Casa Francisco. Yo me he pasado un momento y he descubierto a Chelo, una becaria cojonuda que me ha presentado Julio. Se le veía contento. A ella también. A quien no vimos ni quisimos ver fue a Lorenzo y a su chaqueta milenaria.