Mira y selecciona. No está convencido de escoger lo mejor pero aun así se lanza. Su mano es actor principal del impulso muscular que hace volar el cacahuete hacia su boca. Justo en el ultimo instante, mira hacia otro lado. Lola entra en el bar, sola. El infortunio lo elige, lo designa. El será lo primero que Lola mirará al entrar. A un capullo persiguiendo el errático vuelo de un insignificante cacahuete rancio por el espacio que hay entre la barra y el suelo. Deplorable más si cabe porque finalmente no pudo con él. El ligero fruto, además de seco, desafiante, se burló de su boca abierta, de su cara de tonto, de su indefinición por seleccionar el objetivo y terminó cayendo al suelo, como sus aspiraciones con Lola. Inútil, mirándola y tratando de atraparlo. Un tonto más, pensó fugazmente Lola antes de que el camarero le pusiera lo de siempre. El tonto del cacahuete pagó su cuenta y se fue mientras Lola pedía una piedra, sin más. Los frutos secos, para los tontos.