Las máquinas de guerra encogieron mientras los soldados se convertían en gigantes, incapaces de manejar unas balas que ahora eran diminutas. Cesarían las guerras por una cuestión de tamaño, siendo sobrepasadas por el ego de los hombres.
El mundo se llenó de juguetes metálicos en los que nadie cabía, así que sus dueños, antiguos comandantes en jefe, decidieron deshacerse de ellos habilitando cementerios de armas reducidas que ya no servían a los soldados.
«Niño» saltó la valla de uno de ellos, siendo el primero en hacerse a los mandos de un Abrams, acompañado de «Niña». Los dos pequeños consiguieron ponerlo en marcha y salir del perímetro sin que nadie pudiera impedir que aplastaran lo que encontraban a su paso. No tardaron, el resto de niños, en armarse para una guerra que acabaría, por fin, con los que no eran como ellos.
Al cabo de un mes, los gigantes no existían, las máquinas de guerra volvían a ser útiles y la sangre dejó de derramarse por un tiempo que apenas duró lo que tardaron algunos en hacerse adultos.